1. Si no dejas de pensar en lo mucho que tienes que perder, te resultará imposible tener en cuenta todo lo que puedes ganar.


Mónica Giraldo
Facilitadora del Juego de la transformación
Microbióloga
35 años.


La experiencia de Mónica es una hermosa historia sobre el tema de hacer caso a las propias necesidades. Alguien diría “esta mujer se chifló” porque su cambio fue tan drástico, y tenía tanto que perder, que pocos pueden comprender de primera mano su proceso y sus sentimientos. Y muchos no llegan a entenderlos, cosa que a ella, por fortuna, ya la tiene sin cuidado.

A Mónica le encantan los textos de crecimiento personal, así como los temas esotéricos de los ángeles, el tarot, el I ching y otros parecidos. Sin embargo, durante demasiado tiempo escondió ese gusto bajo la cama, bajo el escritorio, bajo cualquier cosa que estuviera a su alcance, porque no tuvo nunca un entorno propicio para expresar la afinidad tan especial que tenía con esos temas, como ahora lo tiene.

Su historia comienza en Pereira, donde nació y se quedó hasta que sus padres se separaron. La casa en que vivía allí era la de su abuela, una mujer fantástica, a quien le encantaban los temas esotéricos. La señora leía revistas y textos de percepción extrasensorial, de quiromancia y cartomancia y más adelante, comenzó a experimentar con el tarot. Eso sí, todo era a escondidas del abuelo, pues en esa época (1980) el tema aún era escandaloso y además ella no tenía ningún interés en que pensaran que no era católica, pues la verdad, jamás había cuestionado su religión.

Al separarse sus padres, Mónica se fue a vivir con su mamá un tiempo en Bogotá, pero cuando cumplió los nueve años, se sentía bastante desdichada, pues en Pereira tenía no sólo a su papá y su abuela, sino también a sus tíos y primos, sin mencionar que podía estar los fines de semana en el campo, con ellos. Extrañaba su numerosa familia.

La mamá estuvo de acuerdo con su petición de regresar a Pereira y Mónica partió de nuevo a su casa de infancia. De inmediato se sintió fascinada por las lecturas de la abuela y observaba alelada cuando ella “cacharreaba” con las cartas. Las dos comenzaron a compartir ese gusto y más adelante, su abuela le regaló su primera baraja española.

Al recordar esos días, Mónica dice que todo aquello era más como un juego, que le producía una curiosidad incesante. Más adelante, ya con 18 años, con un tío paterno tuvo la oportunidad de conocer el I Ching. Le gustó tanto que se compró uno para ella, aunque le resultaba enigmático, por su gran contenido filosófico. Entonces empezó a soñar con comprarse su propio tarot.

Cuando tenía 14 años regresó a Bogotá y muy pronto llegó el punto de quiebre: Era el momento de entrar a la universidad. Decidió que quería estudiar ingeniería química, pues la materia se le daba bien. Además, esa carrera sonaba muy conveniente, pues su mamá es ingeniera química y su papá, ingeniero mecánico, y ella tenía grandes facilidades para las matemáticas y los problemas técnicos.

Como su puntaje del examen de estado (Icfes) era lo suficientemente alto para entrar a una de las universidades privadas más prestigiosas del país, de inmediato fue a revisar la lista de estudios profesionales disponibles allá, pero en ese entonces, no existía esa carrera en la institución. No obstante, encontró que el currículo de la carrera de Biología tenía muchas similitudes, así que se presentó a ese programa allí, en otra universidad privada y en otras dos universidades oficiales, donde sí había Ingeniería química, a ver qué ocurría.

Y pasó en todas. Cuando tuvo que elegir, decidió “escoger la universidad y no la carrera”. Entonces se decidió por la universidad privada más prestigiosa. En primer semestre se encontró con la microbiología y le encantó, por eso decidió cambiarse, ya que el primer período tenía prácticamente el mismo contenido en las dos carreras. Sus papás encontraron satisfactoria ésta decisión.

Ella dice que por esa época se veía trabajando la parte de genética e investigación, así como el tema de la inmunología, no tanto la parte clínica. Se dedicó en cuerpo y alma al estudio. Cuando cursaba el tercer semestre tuvo una depresión muy fuerte, pues le había ido muy bien en las materias en los períodos anteriores, pero en tercero las cosas cambiaron y su rendimiento no había sido el mejor. A ella, alumna impecable, le dio “muy duro” ese cambio en las cosas y le creó un cuestionamiento muy fuerte acerca de si debía seguir estudiando eso o no.

Sus papás, preocupados, le dieron la posibilidad de retirarse, pero ella se negó. Hoy dice que tenía una presión muy fuerte de ella misma por seguir adelante, pues le parecía imposible que le fuera a “quedar grande” el estudio. Así que, después de la terapia y las pastillas con el psiquiatra, se quitó la depresión de encima y salió adelante.

Ya terminando la carrera con notas sobresalientes, empezó a sentir, en las prácticas de campo en un instituto de salud, que ese trabajo de encerrarse en un laboratorio todo el día con microscopios y cajas de petri quizá no la hacía tan feliz, pues ella era más sociable, necesitaba relacionarse con las personas. Terminó sus prácticas sabiendo que tenía que buscar otra manera de ejercer. Recibió su título y pronto decidió casarse con su novio, a los 24 años.

Mónica y su esposo decidieron celebrar el matrimonio en Pereira, donde además se pensaban radicar, pues en una ciudad pequeña, con todos los parientes cerca, tendrían mucha calidad de vida. De nuevo sus lazos con la abuela se estrecharon y una vez allá, Mónica decidió que era hora de conseguir trabajo.

Como supondrán, encontrar un trabajo en Microbiología en Pereira resultó muy difícil, por lo cual ella decidió llamar a su mamá, que había trabajado en una de las compañías de seguros más grandes del país, para pedirle que le ayudara a conseguir alguna oportunidad, así fuera vendiendo seguros en Pereira, porque ella no se quería quedar “sin hacer nada”.

Su mamá le consiguió, con un fondo de pensiones, un trabajo de asesora comercial, que Mónica aceptó con alegría. Graduada con honores y muy estudiosa, pronto se dio cuenta que tenía una gran ventaja sobre los otros. Se aprendió el negocio hasta el tuétano y le vendió a todo su círculo familiar y de amigos. Le fue tan bien, que muy pronto le ofrecieron una vacante en la sede de Bogotá de la compañía.

El matrimonio conversó acerca de la conveniencia de regresar y estuvieron de acuerdo en que sería lo mejor por el momento. Así que volvieron a la capital, donde él montó su negocio, mientras Mónica siguió trabajando en el fondo de pensiones y le empezó a ir muy bien. Corría el año 97. Un año después nació su hija, pero las nubes de tormenta se asomaron, pues el año siguiente tuvo una crisis matrimonial muy fuerte.

Durante ese período difícil, ella sintió que volvía a tener una depresión igual a la de la universidad, algo que parecía salírsele de las manos. Era una tristeza profunda, que la inmovilizaba, un dolor que manaba de dentro, pero ella no sabía por qué. Había algunos aspectos que no ayudaban, como por ejemplo que después del embarazo, ella quedó con un problema de sobrepeso que no pudo manejar (25 kilos más) y esto afectó fuertemente su autoestima.

Pensó en volver con el psiquiatra, donde quizá le recetarían pastillas y terapia, pero en algún momento sintió que si no aprendía a manejar sus emociones, iba a quedarse dependiente de los medicamentos toda la vida y eso era algo que no quería. ¿Realmente iba a seguir por ese camino? Decidió que no. El pánico de volver a vivir lo mismo que en la universidad la sacó del hoyo, pero no antes de pasar por mucha reflexión.

Para ayudarse a salir del estado depresivo, se acordó de aquellas cosas que la hacían sentir mejor. El año anterior, precisamente había estado caminando por un centro comercial con su prima y habían encontrado una sucursal de una librería esotérica, La Era Azul. La conocía porque en Pereira una amiga suya le había regalado un libro de ángeles comprado en ese sitio, que ella leyó y aunque le pareció bonito, no le dio mayor trascendencia, simplemente lo guardó en el anaquel.

Ese día, de repente recordó su deseo de comprar un tarot. Había de todos los tipos y ella no tenía idea de cuál era el que más le convenía, pues todos eran carísimos para su presupuesto. La dependiente le mostró el tarot zen de Osho, diciéndole que era “muy bonito”. Mónica se enamoró de las imágenes y sin pensarlo más, se gastó como $100.000 pesos de la época, que entonces era como la mitad de su sueldo.

Empezó a leer el libro de uso y las interpretaciones. “Cacharreaba” con las cartas sólo para ella, y se sentía tocada muy de cerca por la filosofía del zen. El Tarot le parecía muy claro, evidente. Las imágenes hablaban por sí mismas. Así que en la crisis, ella comenzó a consultarlo con mucha frecuencia. Le preguntaba al universo cuál sería la salida para ella, cuál era la respuesta a su conflicto.

Durante un tiempo, Mónica y su esposo fueron a terapia de pareja. Una terapeuta les dijo que cada uno tenía que hacer terapia antes de ir juntos. A ella le pareció que tenía razón: probablemente cada uno tenía “sus rollos” y lo que estaban haciendo ahora era proyectarlo en su matrimonio. De todas maneras el tema no fluyó, no funcionaba, porque a él ese tratamiento no lo motivó.

Por esa época, su padre estaba casado ya con su tercera esposa, quien había tomado un seminario, Eneagrama, y había quedado tan impresionada con él que había llevado al papá de Mónica, quien a su vez, lo recomendó a su ex esposa. La mamá de Mónica tiene una excelente relación con él y confía plenamente en su criterio, de manera que se apuntó al seminario para el mes de octubre, lo pagó y estaba esperando que llegara la fecha para tomarlo, cuando tres días antes le asignaron un viaje de la oficina que no pudo aplazar.

Entonces le dijo a Mónica que asistiera por ella, para no perder el dinero. Lo dictaban un viernes, sábado y domingo. Mónica, que estaba buscando cosas diferentes para alegrarse la vida, encontró interesante la propuesta, y pidió permiso en la oficina. Hoy dice que ese seminario cambió su vida, porque “fue su despertar, su estar consciente de muchísimas cosas, de sus aptitudes, del conocimiento, de saber quién era y quién no”.

Para los que no saben de qué trata el seminario, como yo, Mónica enumera sus beneficios: ayuda a entender mejor a los otros, a ver el ser y la persona detrás de las formas y los convencionalismos. A ella, Eneagrama le ayudó a descubrir que “iba detrás de un éxito que no existía”, porque esa carrera era una trampa de su mente: corría una maratón sin fin, que después de alcanzar algo siempre ponía una nueva meta al frente.

Entendió que su motivación no era llegar a un punto, laboralmente hablando, porque le encantara, ni porque en ello estuviera el sentido de su vida, sino por el éxito per se. Allí le enseñaron que “el éxito era un estado mental”, lo cual implicaba que quizá lo que ella estaba buscando, podía alcanzarlo sin seguir en esa carrera, o sintiendo ese agotamiento.

Llegó del seminario “flotando en las nubes”, sintiendo que había encontrado muchas respuestas para trabajar el tema de su matrimonio, que para ella era el eje de su vida. Pero descubriría más adelante que cada uno tenía su proceso, y definitivamente, ese no era el de su esposo.

Su mamá y su prima asistieron también al seminario, y según cuenta, eso las acercó todavía más, fue el punto de partida para la relación tan cercana que ahora tienen. El tarot zen de Osho adquirió un sentido más amplio después del seminario, y Mónica sintió que había alcanzado un nuevo nivel de comprensión del mismo.

Dejó pasar el tiempo, mientras reflexionaba cada vez más profundamente sobre quien era ella y lo que necesitaba. Entonces, le pidió a su esposo que se separaran por un tiempo. En ese mismo período cambió de cargo en el fondo de pensiones, pues fue ascendida para manejar un tema comercial a nivel nacional.

Paralelamente, estaba cursando una especialización en Mercadeo, pero a pesar de que terminó las materias, no hizo el trabajo de grado, ni se tituló. Alcanzó a plantearlo, pero encontró que no le emocionaba y además, el nuevo trabajo se le estaba volviendo un dolor de cabeza. El ascenso no le había implicado un aumento de salario, y en cambio, sí un esfuerzo mucho mayor, pues habían empezado a fusionar áreas. Ella había aceptado para demostrar primero que podía manejarlo, y luego si hablar con su jefe para pedirle que revisaran su remuneración.

Pero siempre le decían que “la política” de la compañía era manejar ese salario para ese cargo. Nunca hubo una contrapropuesta y ya tenía que trabajar 16 horas diarias, con una niña de cuatro años y un bebé en la casa. No era justo y además ella ya tenía encima los cuestionamientos sobre qué hacer con su vida, así que empezó a buscar otro trabajo y lo encontró pronto, en un cultivo de flores.

Era un cambio radical, en un cultivo de Subachoque, una cosa muy distinta de la megaempresa de la que venía, pues era un negocio pequeño, donde dependía directamente del dueño del cultivo y además, tenía que viajar a E.U. a negociar con los clientes.

La promesa económica era muy buena, entonces ella sintió que era como volver a trabajar para sí, mostrar sus resultados y no los de cerca de un centenar de personas a nivel nacional con todo el rollo que eso implicaba. El entrenamiento fue interesante, perfeccionó su inglés, no tenía que ir a trabajar de sastre y el horario era inmejorable: llegaba muy temprano, pero salía a las 3 pm. Por esa época, volvió del receso con su esposo, y como aporte al tema de que el matrimonio funcionara, ella no hablaba de temas esotéricos en la casa con su marido, pues a él “esos rollos” le sonaban siempre a crisis de ella y final de la relación.

Sin embargo a medida que pasaba el tiempo, el trabajo empezó a no ser lo que esperaba. El apoyo de la empresa no se dio como lo habían prometido, los recursos que necesitaban para cumplir con los resultados no llegaron. De 7 a 10 a.m. trabajaban y de 10 a 2 p.m. prácticamente no hacían nada. Les pagaban el salario básico, pero no había comisiones porque las ventas no se cumplían.

Empezó a buscar trabajo de nuevo, mientras que leía cuanta cosa del tema de autoayuda y esoterismo le caía en las manos. Ya tenía tanta práctica leyendo el Tarot de Osho, que se había arriesgado a compartirlo con su familia y amigos más cercanos.

En esas, su mamá conoció a un maestro espiritual que le pareció muy bueno y le pidió que le ayudara a extrapolar esa experiencia a la empresa que ella manejaba. El maestro declinó la invitación, pero le recomendó a un especialista, Ignacio Hernández, para el tema.

El tema que dictaba Ignacio era Kinextesis. Con mucho éxito llevaron el seminario a la empresa y aquellos que quisieron profundizar de manera personal, lo hicieron. Entre esos, estaba Mónica. Su esposo asistió con ella al seminario, pero las impresiones fueron completamente distintas: a él no le gustó para nada, mientras a ella le inspiró y mostró que definitivamente necesitaba escuchar sus necesidades internas, su especial manera de ver el mundo, porque si sólo vivía de afuera para dentro, iba a seguir sintiendo ese vacío.

Pronto la llamaron de una empresa que representaba firmas extranjeras y vendía contenedores completos de insumos químicos industriales. Allí aprendió mucho dadas las condiciones del negocio, que le exigía conocer todo el proceso de exportación e importación al detalle, aplicarlo y controlarlo. Esa empresa se convirtió en el “caldero” en el que se cocinó el cambio en su vida.

Trabajó allí con un equipo de mujeres (María Claudia González era su jefe, el caso de ella también aparece más adelante en esta página), en el que se creó una amistad muy fuerte. Ellas la motivaron para que les compartiera sus conocimientos de esoterismo y Mónica les empezó a leer el Tarot. Así, lo que pasó es que en su casa no podía hablar del tema, pero en el trabajo, con sus amigas, podía hacerlo todo el tiempo y su corazón empezó a sentirse mejor.

No obstante, ocultar todo ese proceso le generaba una carga muy pesada. Ella quería hablar del tema, quería profundizar, quería contar con el apoyo de su pareja, porque sabía que no estaba haciendo nada malo. Pronto se dio cuenta que eran tan importantes esas cosas en su vida, que no quería ocultarlas más. Era un proceso de liberación, su forma de buscar la paz, pero a su esposo le chocaba la cosa y su relación de pareja no iba por el mismo camino. “Uno siempre sabe lo que tiene que hacer pero se hace el loco”, recuerda.

Una crisis de salud, que le ayudó a sobrellevar un médico bioenergético, le mostró que estaba somatizando sus problemas internos con enfermedades. Entonces decidió tomar el nivel II de Kinextesis. En ese seminario comprendió que era hora de tomar una decisión. Durante tres meses hizo un proceso de desprendimiento muy fuerte y le pidió al esposo que se separaran “del todo”.

Él le dijo que quería quedarse con los niños, pues podía, económicamente hablando, mantener el mismo tren de vida que tenían, el mismo colegio, con empleada interna, casa grande y todas las comodidades. Mónica lloró mucho, pero dadas las condiciones de su trabajo (entraba a las 7 am, salía a las 6 pm y viajaba una semana al mes) y su salario más bajo que el de él, pensó en ahorrarles a sus hijos tener que pasar necesidades con ella.

De todos modos, se fue a vivir en un cuarto a dos cuadras de la casa. Lloró varios meses, hasta que en el proceso de volver a empezar, comenzó a descubrir muchas cosas que ella había dejado de ser por convertirse en la mujer que su esposo esperaba. Encontró hoyos en su autoestima, que afectaban las cosas que hacía y su manera de ser. Volvió a mirar quien era ella antes de casarse y de cuántas formas se había anulado para poder encajar, hasta convertirse en esa casi desconocida que se estaba deprimiendo.

Por fortuna, su madre la apoyó en el tema de la separación y eso le dio fuerza para enfrentar el mundo que se le venía encima y su propio proceso de transformarse. Gracias a esa relación que se volvió tan cercana, cuando a su mamá la invitaron a jugar el Juego de la Transformación, ella supo de inmediato que era perfecto para su hija. No le dijo nada de su descubrimiento, sino que lo compró por Internet para dárselo de regalo de navidad.

Mientras tanto, Mónica vió la película “¿What the Bleep do we know?” y comprendió por qué ella se había vuelto gorda. Como en una historia de ficción, empezó a bajar de peso, sin hacer nada. “Me estaba desinflando”, recuerda. También hizo el Mapa del Tesoro, un taller en el que en un hexágono de cartulina se divide cada uno de los aspectos de la vida y en esos espacios, la persona pega una imagen que “no necesariamente es lo que quieres hacer, sino que te transmite lo que quieres sentir”, explica.

En el área del trabajo, Mónica pegó una imagen de una pitonisa con cabellos de medusa en la cabeza, que para ella significaba la transformación radical de la forma de ganarse la vida. La idea de cómo hacerlo se la dio su mamá, sin saberlo, cuando en navidad le regaló el Juego de la Transformación. El problema fue que Mónica no lo consideró sino hasta un tiempo después.

La química con el juego fue instantánea, le pareció maravilloso. Según me contó, el juego tiene cuatro partes: la física, la emocional, la mental y la espiritual. “Te pide que hagas una pregunta y luego te ayuda a encontrar las respuestas que hay en tu inconsciente respecto a ese tema”, explica. Leyendo la caja, Mónica encontró la historia del juego y sus creadores y se enteró de que dictaban seminarios para ser facilitadores del juego. De hecho, venía una aplicación dentro de la caja. Ella la llenó pero no la mandó, porque le dio miedo la plata que había que invertir para hacerlo.

Pero nunca perdió contacto con el juego, ya que se inscribió en la página web del mismo y ellos le mandaban información regularmente. Por esa misma fecha, decidió empezar a cobrar por sus lecturas del Tarot, que cada vez eran más numerosas.

Con el tiempo, sintió que su ciclo en la empresa de químicos ya se había cumplido y se dio oportunidad de salir con otras personas. También se fue a vivir con su prima. Entonces la llamó una amiga que había conocido en Kinextesis II, Mabel, quien le ofreció presentarse para un cargo en una comercializadora de acabados para la construcción, donde ella trabajaba. La oportunidad era buena, pues quería cambiar, no tendría que viajar tanto, y si las cosas resultaban, la remuneración podía ser mejor.

Sin embargo, las cosas no salieron como esperaba: era jefe de un punto de venta y habían algunas condiciones de la estructura interna de la compañía que no le facilitaban el trabajo. Los resultados no fueron buenos y eso implicó disminución en su ingreso, pues si no se lograban las ventas no había comisiones. Las angustias económicas la llevaron a pensar en salir a buscar otro trabajo, pero a fin de cuentas, ¿a hacer qué? Se preguntaba. ¿Otro trabajo igual, o ahora sí, el que ella quería?

Su mamá le ofreció que se fuera a vivir con ella por la época en que su abuela llevaba ya varios meses con quebrantos de salud (tenía 84 años), ninguna enfermedad, pero se sentía débil. Apenas unos días después de trastearse, la abuela murió. Mónica creía estar preparada para su muerte, pero cuando llegó a la funeraria sintió el peso de la pérdida. El dolor era espantoso, volver a la casa de infancia, revivir la conexión con ella…

Al regreso habló de ese tema con Mabel, quien acababa de hacer un taller de ángeles con María Elvira Pombo (cuyo caso también aparece más adelante en este libro). Entonces Mónica se acordó del libro de ángeles que tenía guardado y se preguntó si no llevaba mucho tiempo siendo tratada de contactar por ellos. Se le ocurrió pedir una señal, porque Mabel insistía en que su abuela le quería hablar de un “camino nuevo”. Entonces le miró los aretes a su amiga y vio que éstos tenían tallada una virgen milagrosa de la cual su abuela había sido devota toda la vida. Esa era su señal. Se puso a llorar a mares, pues sintió a su abuela más cerca que nunca.

Siguió con su trabajo, pero entró a estudiar Tarot en una escuela especializada. Como para esas fechas ya habían pasado los dos años de no convivencia después de su separación, pasó los papeles para el divorcio. Mientras, su mamá la veía en el desespero del trabajo que no funcionaba y le decía, “¿Por qué no te vas un tiempo afuera, a pensar con tranquilidad?” Claro, era un viaje para trabajar, pero al menos lejos de lo mismo de siempre, para romper con la cotidianidad y buscar una salida.

La idea le caló en la mente, porque ella ya hablaba inglés, pero no sabía exactamente a dónde o a qué podría irse. Iba en un taxi pensando en esas cosas, encomendándose a los ángeles, cuando le sonó el celular y era Mabel diciendo que quería montar un café de ángeles. Entonces Mónica dijo, sin saber cómo, porque las palabras casi salieron solas, que ella se certificaría en el Juego de la Transformación. Fue una respuesta que salió de adentro, sin prepararla. ¿Qué es eso? Preguntó Mabel. Mónica empezó a explicarle y sintió una emoción grandísima de hablar del tema, de saber que tenía una respuesta.

Esa misma tarde le contó a su mamá y ella la apoyó en la iniciativa (es su ángel de la guarda…). Aplicó al entrenamiento, en Asheville, Carolina del Norte y la aceptaron (sólo eran 4 personas por entrenamiento). De manera que, lo que no hizo cuando tenía más plata disponible, lo hizo ahora no teniendo sino lo justo.

Preparándose para la experiencia, empezó a meditar “por pulso” con la ayuda de una maestra argentina. Esto trata de una iniciación con resonancia, donde el maestro te da un mantra y una imagen que te ayudan a relajar la mente. Ese mismo día logró meditar durante 45 minutos y no ha dejado de hacerlo hasta ahora, dos veces por día.

Paralelamente en su trabajo la crisis era cada vez peor. Ella pensaba pedir vacaciones para ir a su entrenamiento del juego y al regreso definir qué hacer. Sin embargo las cosas se dieron de una manera diferente, porque recibió una agresión muy fuerte de uno de sus jefes y eso le rebasó la copa. Decidió que ella no iba a aguantarse eso y renunció.

Se dedicó de lleno a ayudar con las iniciaciones de la meditación por pulso, pues a muchas personas les interesaba el tema, mientras preparaba su viaje. Claro, ella llevaba trabajando 12 años seguidos, con lo cual el cambio la hacía sentir rara. Pero pronto llegó la hora de irse y viajó a Estados Unidos a tomar el entrenamiento.

El taller comenzaba todos los días desde las 9 am. hasta las 10 pm. Todo el día estaban jugando y encontrando aspectos para transformar, procesos para mejorar. El entrenamiento fue intensivo, por lo cual cuando no estaban en clase, debían estudiar el material. Fue una “inmersión total”, justo o más de lo que ella esperaba. Era fantástico, sentirse como en casa con esas personas que no juzgaban y que le daban al tema tanta importancia como ella.

Al llegar, organizó todos sus materiales, para crear una presentación precisa y eficaz de lo que ahora sabe hacer, empezó a hacer sus juegos, ya oficiales después del entrenamiento, y se inició como maestra de meditación. Mónica es ahora una de las representantes del Juego de la transformación en Colombia.

Un tiempo después de haber estado realizando sus juegos como facilitadora certificada, la llamó Ignacio Hernández, el asesor con el que tomó Kinextesis —quien ha seguido de cerca su proceso por tres años—, y le ofreció trabajar con él para que pronto pueda apoyarlo en sus seminarios, así como también prestar sus servicios en la sede que piensa abrir para dictar éste y otros temas a la gente. Ella aceptó de inmediato, feliz con la oportunidad.

En efecto, la intención de Mónica en el futuro es tener una casa, —quizá sea esta misma en la que empezará pronto a dictar talleres, o tal vez otra— en la que haya un salón acondicionado para desarrollar el juego, donde haya un lugar para que otras personas puedan hacer meditación, reiki, consulta de ángeles y tarot, danza Samkya y seguir haciendo talleres y seminarios. Cuenta que muchas personas no pueden tomarse el tiempo para meditar, porque siempre hay ruido y otras “prioridades”. Ella quiere que en su casa haya espacio para hacer esas cosas, con personas a las que les parece importante también.

Próximamente, montará una página web con sus servicios y el nombre que va a usar para la institución que creará, donde el juego será el eje fundamental, pero como ya lo explicó, no va a ser lo único. Esto va en serio: ya sacó su RUT, y va a empezar a llevar una contabilidad desde ahora.
Charlando sobre el momento de “cambio”, Mónica me explicó que, para ella, la experiencia fue, más que pararse y decidir hacer algo diferente, un “rendirse” a la verdad. “Un proceso más de rendición que de acción”, dice. Fue un momento en el que dijo: “OK, yo sé que quiero y aunque mi realidad es tan contundente que no me imagino cómo hacerlo, ni veo como atravesar este camino entre lo que soy hoy y lo que quiero ser, confío en que es verdad y que por aquí es que debo caminar, por lo tanto, me rindo al cómo”

Y explica: “Cuando vas por el camino de la acción, romper esquemas, paradigmas, presiones y cambiar radicalmente, tiene un costo muy grande, implica mucha fuerza, energía, ir en contra de todos los que no están de acuerdo, y eso agota, enferma, crea más crisis. Entonces llega el momento de rendirse, de soltarse”. Por eso se rindió a que las piezas comenzaran a encajar, a que los milagros sucedieran y a ver las señales, para decidir por donde seguiría su camino.

Vale la pena que le dedique un rato a esa reflexión. ¿Ha sentido el impulso de dejarse llevar por su intuición, pero no ha confiado en ella lo suficiente? ¿Es su hora de rendirse también?