5. Rechazar un futuro en el que haces lo posible para darle gusto a todos, menos a ti.

5. Rechazar un futuro en el que haces lo posible para darle gusto a todos, menos a ti.

María Claudia González
Bailarina y profesora de danzas del Medio Oriente.
Administradora de empresas
34 años

María Claudia quería ser diseñadora de modas. Cuando tenía 9 años ya le hacía los vestidos a sus muñecas, pues de pequeña había sido una niña hiperactiva, y el tratamiento para canalizar esa energía desbordada había sido el arte: manualidades, pintura, música clásica… sin esto, habría seguido siendo la niña líder que hacía maldades.

Cuando se graduó del colegio ya tenía los papeles listos y todas las averiguaciones hechas para irse a estudiar a Italia diseño de moda, pero su papá le dijo que él sólo le pagaría la educación si estudiaba Administración o Ingeniería Industrial. Ella se resistió al principio, pero como no tenía medios para irse sola a Europa, le dijo a su padre que iba a hacer lo que él quería, a pesar de que el costo de la Universidad en Bogotá era, según ella, casi lo mismo que mandarla a estudiar a Italia aquello que verdaderamente le gustaba.

Así que estudió Administración y se graduó en el año 98. Desde el principio la entusiasmó la idea de tener un negocio propio y le pidió apoyo a su papá para poner un restaurante. Compraron uno, con local en arriendo, donde trabajó año y medio, de los cuales sólo estuvo tiempo completo durante 6 meses, pues era difícil discutir las decisiones con su padre.

Pasado ese tiempo la llamaron de una multinacional, donde la universidad había mandado su hoja de vida, para que trabajara con ellos como gerente de cuenta de la zona del Pacto andino, un trabajo de tiempo completo que le ofrecía un sueldo en dólares. Decidió tomarlo y se hizo cargo del restaurante en las noches y los fines de semana. Ante esta carga laboral tan fuerte se puso muy delgada, dice que casi le da anorexia nerviosa.

Por esa época, ella se hizo novia del anterior dueño del restaurante, un arquitecto con negocios propios que le llevaba 18 años y esta relación no la aprobaban los padres. La situación llegó al punto en que ella se fue a vivir con su abuela 4 meses y luego, junto con su novio compraron una franquicia de una marca de ropa y accesorios para vender en Guatemala. Ella estaba contenta porque el tema tenía que ver con lo que le gustaba, así que renunció a su trabajo en la multinacional y alistó todo para irse.

Afortunadamente logró hacer las paces con su padre antes del viaje y una vez allá, el negocio floreció, pero sólo se quedó allí 8 meses porque le hicieron un intento de secuestro. Durante ese tiempo, el novio prácticamente se la pasaba en Colombia solucionando sus problemas económicos por la recesión del sector de la construcción.

Al regreso a Colombia, se vio obligada a nombrar un administrador en su negocio, y con el tiempo éste empezó a dar pérdidas. María Claudia y su novio prefirieron vender, con lo cual lograron recuperar lo invertido y un poco más.

Entre tanto, vivió en el mismo apartamento con su novio, pero las cosas no estaban funcionando entre ellos y como los padres de María Claudia estaban viviendo en E.U, ella se fue a vivir a la casa paterna, pagando los gastos. Luego, una tía suya la contactó con el gerente de una empresa de pegantes para que hiciera un estudio de satisfacción del consumidor y al gerente le gustó tanto el trabajo de ella que la contrató para que montara el área de mercadeo en la compañía.

Allí se quedó año y medio, puesto que había una gerente comercial que todas las ideas que ella proponía las descartaba y como no quería quedarse “calentando puesto”, le dijo al jefe que así no podía trabajar y se retiró. Después de un tiempo, entró a otra empresa de importaciones de insumos químicos industriales, como gerente comercial.

Para esa época, sus papás habían regresado al país y ella tenía de nuevo mucho conflicto viviendo con ellos, así que se fue a vivir sola. En el nuevo trabajo se quedó tres años, formó un equipo de vendedoras con las que trabajaba muy a gusto y con las que logró mantener una relación que trascendía la oficina. Durante el tiempo que estuvo allí, las ventas se triplicaron.

Pero con el tiempo, empezó a sentirse estancada. Odiaba el tema de marcar tarjeta, así que llegaba tarde (esto es, 10min en una empresa que se fijaba mucho en eso) y/o se sentía enferma todo el tiempo, no quería ir al trabajo. Se la pasaba enfrentándose con el gerente administrativo por el tema de la llegada tarde y por la relación tan buena que tenía con sus subalternas, la cual defendía siempre que la llamaban a dar cuentas. Finalmente renunció después de un enfrentamiento muy fuerte con el dueño y el gerente administrativo. Logró retirarse en buenos términos y además, indemnizada, con ahorros para vivir casi dos años.

Y comenzó a pensar qué hacer con su vida. Recordó que durante una consultoría de clima organizacional en la empresa, a ella le preguntaron que quería ser y la respuesta que primero vino a su mente fue: “Bailarina”. Después del análisis, las psicólogas le dijeron que para ella lo mejor era ser independiente.

En ese momento, apareció en su vida la danza árabe, pues en octubre de ese año hubo un congreso de danza Samkya que costaba 300 dólares por tres días. Era oneroso, pero a ella le encantaba el tema, de manera que asistió y quedó completamente fascinada con el baile, la meditación y esa nueva forma de ver la feminidad. Tras el congreso, aplicó para ser maestra, llenó los formularios y tomó los dos módulos en un mes: el primero de 36 y el segundo de 72 horas. Esos estudios le confirmaron lo que ella suponía: la danza la hacía sentir viva, plena y alegre. Aún sabiendo lo diferente que era esa ocupación de todo lo que había hecho antes, se dio cuenta de que era eso lo que quería hacer.

Y entonces le llegó la tentación: por esa época, la llamó el gerente de una empresa de agroquímicos, que era cliente de ella cuando trabajaba en la empresa de insumos industriales y le ofreció la Vicepresidencia de compras y comercial de la compañía. A María Claudia se le revolvió el estómago, porque sabía muy bien que era el puesto que cualquier profesional como ella debería desear.

En la entrevista, María Claudia le dijo al gerente que ella estaba en proceso de reencontrarse a sí misma con varios temas, entre ellos la danza. Él le ofreció flexibilidad de tiempo para poder hacer todo lo que ella le dijo que estaba haciendo: dictar clases, tomar cursos, asistir a meditaciones...

Le pidió tiempo para pensarlo, pero finalmente decidió rechazar el puesto, porque ella “ya sabía la dedicación que exigían esos cargos” y se dio cuenta de que la carga laboral sería tan pesada, a pesar de las buenas intenciones del jefe, que no iba a tener tiempo para bailar con la intensidad y dedicación que deseaba.

Y poseída por el deseo de hacer de su vida lo que realmente la llenara, después de siete años y medio de relación, decidió terminar del todo con su novio arquitecto.

Más adelante, tomó dos cursos intensivos de danza y filosofía de las danzas del medio oriente y la contrataron para dar clases en la academia en que estudió para bailarina. Poco a poco, la empezaron a llamar para hacer presentaciones en eventos privados y también comenzó a hacer vestidos para sus alumnas, que a veces le ayudaba a coser su madre.

Ese mismo año hizo una presentación de danza Prem Shakti, con la que se graduaba de maestra en segundo nivel, a la que invitó a sus padres. La presentación salió muy bien, pero ellos no demostraron la más mínima emoción, es más, le dijeron que no los volviera a invitar. Ella sufrió y lloró por ese rechazo, pero no se desanimó.

Cuando la conocí, María Claudia se ganaba dictando sus clases de danza, pues ya era maestra, menos de la tercera parte que necesitaba para mantenerse en su tren de gastos. Se despertaba a menudo con la angustia de saber que no tenía suficiente y que quizá había debido aceptar el puesto de la empresa de agroquímicos. Pero concluyó que no después de unos días de crisis.

Supo que no cambiaría por nada el sentimiento que le quedaba después de dictar una clase y ver en los ojos de sus alumnas el agradecimiento por haberles dado ese rato de aprendizaje, además de la energía y la felicidad que sentía ella después de la danza. Si era necesario, se bajaría del tren de vida que llevaba, sólo para poder vivir como ella quería.

Con frecuencia, las imágenes son elocuentes. María Claudia usa aretes de monedas y pulseras que tintinean cuando gesticula. Las cejas son pobladas y su cabello oscuro, espeso y ondulado realmente recuerda a una bailarina árabe. Me invitó a una presentación que hizo en un gran auditorio de un colegio muy prestigioso de la ciudad, junto con las demás profesoras y alumnas y realmente parece estar hecha para el baile. Cada vez que la veo, está bailando todavía mejor. ¿Cómo los padres no vieron esto? Porque estaban cegados por el paradigma de lo que sí se debe hacer, parece.

A mediados de 2006, María Claudia viajó a España. Se fue con el proyecto de dictar clases allí, diseñar y coser más vestidos para ese tipo de danza y hacerse un nombre de bailarina cada vez más reconocida. Hoy ya lo tiene, su nombre artístico es Shazadi Ashaki (Princesa bella en árabe) y además de clases, dicta talleres y se presenta en shows y eventos de todo tipo. Frente a la pregunta inevitable de cómo ha logrado salir adelante a pesar de los obstáculos y el desánimo que nos invaden a todos cuando las cosas no salen bien, dice que “El secreto es tenerle amor a las cosas que haces en la vida y creer en tí misma. La vida luego te ayuda para encontrar el camino”.

Hoy ella afirma que “uno se vuelve muy cómodo, se deja llevar por el sueldo mensual y el consumismo, pero la verdad, uno no necesita tanta cosa”. El trabajo en la oficina, recuerda, a veces llena de una seguridad falsa, porque “igual a uno lo pueden echar cuando menos lo espera o cuando más resignado está y lo dejan fuera de base”. Lo más importante para ella, es hacer algo de lo cual esté realmente convencida, algo que la haga sentir que vale la pena estar viva.

Al verla bailar, es evidente que se siente así. Es hipnótico observarla, ahora, que usa unas alas de Isis (una gran tela dorada brillante plegada en prenses, que maneja con los brazos) y gira sobre sí misma con una sonrisa perenne en los labios.