
Docente y consultor
Psicólogo
49 años
Lograr entrevistar a Jesús fue un premio a la constancia. Pasaron algunos meses antes de que lográramos concretar una cita y cuando al fin la definíamos, siempre pasaba algo. Justo cuando yo ya pensaba, tras muchos intentos, que no iba a poder conseguir su historia para este libro, él me sorprendió diciéndome que “ya no tenía cara” para aplazar más esa reunión y me pidió ir a la Universidad de los Andes, donde trabaja como docente, para entrevistarlo.
Su historia, según él, “no tiene mayor importancia”, pero como se verá a continuación, no es así. Expresiones como esa no son más que una muestra de su modestia y creo que quienes lo conocen estarán de acuerdo conmigo en que no es un hombre al que le guste el protagonismo, aunque sí está orgulloso de sus logros. Le encanta el trabajo bien hecho y los resultados que hablan mejor que cualquier discurso, pero nada de “publicidad”, eso no lo seduce en lo más mínimo.
Quizá ese sea el último remanente de su época de niño y adolescente tímido en Ibagué. Cuando Jesús tenía tres años, su padre murió. Su mamá, que sólo contaba con 21 en ese entonces, tuvo que trabajar muy duro para sacarlos adelante. Afortunadamente, ella contaba con la ayuda de sus padres, quienes la acogieron con sus dos hijos (Jesús y su hermana) en la casa paterna.
De esta forma, Jesús tuvo en su abuelo un padre amoroso y dispuesto que le marcó con su ejemplo, sus posturas ante la vida y su afecto, y en su abuela, una madre que lo acompañaba y estaba allí con frecuencia, mientras su madre trabajaba. Recuerda que su familia era humilde, no gozaban de grandes comodidades pero vivían tranquilos, y la crianza tuvo lugar en medio de un sentido muy estricto de los valores, especialmente los religiosos, pues uno de los tíos de Jesús era sacerdote y en muchas ocasiones, era el ejemplo a seguir dentro de la casa.
Cuando llegó la hora de estudiar asistió durante un año a un Colegio pequeño, de donde tiene recuerdos muy gratos, porque la dueña de la institución, Doña Cecilia, según recuerda, tenía un don especial para atender a los niños. Dado que él venía de una situación emocional difícil por la falta de su padre, la llegada al colegio era un momento clave y él fue recibido muy calurosamente por esta señora y su primera profesora, “la señorita Soledad”. Según evoca, esa fue la primera de muchas de las bendiciones que ha recibido en su vida.
Para cursar la primaria y el bachillerato, lo inscribieron en un colegio de los Hermanos Maristas, masculino, cuya formación era religiosa. Desde el principio, Jesús demostró ser una persona aplicada para el estudio, si bien era muy tímido e introvertido. Cuenta que, a pesar de no ser deportista, le gustaba caminar por las montañas cercanas a Ibagué, lo cual se facilitaba porque tenía compañeros con el mismo gusto y en esa época no había problemas de seguridad, así que podía disfrutar con frecuencia del placer de reunirse con la naturaleza y experimentar el silencio.
Jesús solía jugar en el solar de la casa de los abuelos y como a su tío sacerdote le gustaba la música clásica, pronto él le tomó el gusto a esas melodías, tanto que de hecho hoy no concibe su vida sin la música. Se la pasaba leyendo libros de su abuelo, de su tío y de la biblioteca del colegio, donde se quedaba en los recreos, en vez de irse a jugar a las canchas como hacía el resto de los niños. “Prefería quedarme allí a leer y a mirar por las ventanas”, recuerda. Le gustaba estar solo. Hoy dice que sentía que algo le faltaba, y si bien entonces no sabía qué, hoy concluye que era la presencia paterna, pues si bien su abuelo era amoroso, gentil y amable con él, Jesús echaba en falta a su papá biológico.
En la época en que estudiaba en el colegio, la carrera más apetecida era la medicina y por otra parte, su abuelo tenía conocimientos de derecho y tenía una oficina a la cual iba la gente a consultarle temas jurídicos, así que en los primeros años de Bachillerato, Jesús quería ser médico o abogado. Más tarde, comprendería que la primera opción la buscaba más por el status y reconocimiento que la sociedad confería a los doctores en medicina y la segunda, por su inclinación a hacer algo similar a lo que hacía su abuelo, a quien admiraba, pero con un título universitario que le permitiera llegar todavía más lejos.
Cuenta que durante el Bachillerato se arraigó mucho más su introversión, pues de esa época conserva sólo un amigo. No obstante, durante los dos últimos años de colegio se unió con otro compañero, que tenía una letra preciosa y dibujaba muy bien, para hacer un pequeño periódico de la institución que informaba las noticias del colegio. Esta publicación, además de los estudiantes, la leían los padres de familia, para quienes pegaban las hojas del periódico en una cartelera.
Fue esta experiencia la que lo llevó a querer estudiar Psicología. ¿Cómo? Se preguntará usted, porque uno creería que eso lo llevaría a estudiar Periodismo o Literatura, pero ¿Por qué Psicología? Resulta que ver cómo reaccionaban las personas a la publicación, lo obligó a ponerse en contacto con la gente. Los comentarios que hacían a los textos y las diferentes opiniones de los lectores, le mostraron la increíble diversidad que había en las personas. Este fue el primer paso para curarse de su timidez, de la cual dice jocosamente “Hoy está completamente curada, de otra manera no me podría parar al frente de un grupo a dictar clase”. Con esta vivencia también se percató de cuánto disfrutaba escribir y notó que tenía habilidades para hacerlo.
Se graduó con honores y como en su colegio entregaban medallas por los logros, cuenta que “parecía un General de la República”, con todos los reconocimientos que le dieron en esa fecha. “¿Qué vas a estudiar?” Le preguntó a Jesús el rector del colegio, el hermano Abdón. Cuando le dijo que iba a estudiar Psicología, él le contestó: “Este es uno de los casos en que la persona no está hecha para la carrera, sino que la carrera es la que está hecha para la persona”, en una clara referencia al buen trato y genuino interés por el otro que le había visto durante las jornadas de alfabetización, que en Colombia se hacen en el último grado del Bachillerato. Su especial gusto por observar, pues ya he contado que prefería quedarse en el recreo mirando a los otros, había evolucionado en una fascinación por el comportamiento humano.
Su abuelo sintió que la elección era un poco aventurada y le dijo que “estaba bien que estudiara lo que quisiera, pero que recordara que venía de una familia humilde que no podría mantenerlo para siempre”, aludiendo al paradigma de que esa carrera era sólo para mujeres y que no estaba seguro de que estudiando eso pudiera realmente hacerse cargo de su vida.
Aunque Jesús no se amilanó, cuando vino a Bogotá se presentó a tres universidades y a carreras distintas. “Como puedes ver, estaba muy bien orientado”, bromea. En la Universidad Nacional, se presentó a Odontología, porque esperaba hacer un puente con Medicina si era posible (los cupos son pocos para la cantidad de personas que se presentan a esa carrera), en la Universidad del Rosario se presentó a Derecho y en la Universidad Javeriana se presentó a Psicología. Resultó que esta última fue la primera en publicar los resultados de estudiantes admitidos y en los siguientes cuatro días había que matricularse. Junto con su madre concluyeron que lo mejor era asegurar el cupo, así que pagaron la matrícula.
Algunos días más tarde, se enteró de que también había pasado en las otras dos universidades (incluso había conseguido un puntaje que le daba para entrar a medicina en la U. Nacional). Su mamá le dio libertad de hacer lo que quisiera, pero él decidió quedarse en Psicología, entre otras cosas, porque no podía hacer perder a su madre el dinero que ya habían invertido y porque en el fondo, cuenta, tenía el convencimiento de que eso y no otra cosa era lo suyo.
En Bogotá vivió con su abuela paterna, en una casa muy humilde en el barrio Quiroga. Recuerda que era una verdadera delicia venir a visitarla cuando aún estudiaba en Ibagué, pues ella era muy especial. Educada con marcados valores religiosos y coherente con esa formación, su abuela era “profundamente amante de las personas que amaba y en general, quería a todo el mundo”, asegura. A esta mujer le gustaba acoger a las personas en su casa y no obstante su pobreza, tenía en su hogar siempre un pedazo de panela disponible para hacer una atención a las visitas. Esa forma de ser, amorosa, cálida, amable y servicial con la gente, lo influiría de tal modo que la impronta de esa abuela hizo la diferencia en su carácter para siempre y gracias a eso, en un futuro sus habilidades de liderazgo se vieron enriquecidas por esa manera afectuosa de relacionarse.
Jesús recuerda el pregrado en la Universidad como una de las épocas más especiales y plenas de su vida. Cuenta que sus compañeros lo acogieron desde el primer día con gran receptividad y pronto él se dio cuenta de que, sin ningún esfuerzo, tenía una buena relación con todos. Esto hizo que poco a poco, él se fuera abriendo más a la gente, a sus gustos y a sus costumbres. Una bendición más para su vida.
Los temas de la carrera le parecieron fascinantes, en especial el tema de neuropsicología. Allí pudo explotar “su vena de médico”, y se convirtió en monitor de la materia desde el segundo año. Las lecturas y prácticas le encantaban (veía pacientes desde VI semestre) y confirmó que la psicología era lo suyo. En las monitorías encontró muy rápidamente una gran afinidad por la docencia, pues “encontraba muy valiosa la oportunidad de sentarse con un grupo de personas a descifrar nuevos mundos y compartir conocimiento”. Esa sensación logró transformar del todo su introversión y su timidez y se convirtió en el alumno favorito de varios profesores, que procuraban interesarlo por su rama de especialización: conductista, gestalt, psicoanálisis…
Precisamente por ese gusto que le tomó a todo lo que estaba viviendo, cuenta que su vida se fue haciendo muy intensa. “Yo quería más y más”, asegura. Si había investigaciones en la facultad, él quería estar. Si había trabajo voluntario con las comunidades, él se apuntaba. Si había opción de hacer terapia en los centros de atención del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, él quería estar allí. La carrera lo absorbió por completo, su vocación se le había revelado y Jesús le hacía caso con toda la fuerza de la que era capaz.
Cuando estaba en noveno semestre, lo llamó el decano de la Facultad de Ciencias Económicas y administrativas para pedirle que comenzara a dictar una materia en la carrera de Administración de empresas, que se llamaba Comportamiento Organizacional. Allí formó parte del equipo de otro profesor, Carlos Dávila, quien es referencia en los textos de esa disciplina.
Al graduarse, le propusieron ser el Psicólogo del Colegio Mayor de San Bartolomé. “Era simpático porque yo tenía más o menos la misma edad de los alumnos”, recuerda. Entonces, más que el psicólogo, era como “el partner”, el amigo de los muchachos. Por las noches seguía dictando cátedra en la Carrera de administración y para tener “algo” que hacer los fines de semana, creó la escuela de padres del colegio. Llegaba al colegio a las 7 de la mañana y salía de allí a las 6 de la tarde a dictar clase hasta las 10 de la noche. Después tenía que corregir, preparar clases y los fines de semana, ir a las convivencias con los papás.
Ese ritmo tan agitado de trabajo, si bien lo hacía sentir pleno, lo llevó a tener un espasmo coronario cuando tenía sólo 23 años. “Me dejé absorber tanto por lo que me gustaba, que llegué a desconocer los límites y vulneré mi salud física”, afirma. Estuvo en cuidados intensivos y la incapacidad duró poco más de un mes.
No obstante este evento tan difícil, Jesús dice que marcó su vida muy positivamente, porque le obligó a hacerse varias preguntas, entre ellas la fundamental: ¿Qué estoy haciendo con mi vida? Como respuesta, decidió continuar siendo psicólogo (Nací para eso, dice), pero tomó la decisión de cambiar de empleo radicalmente. En ese momento le pareció importante cortar con el colegio, porque sabía de su dedicación y su compromiso con el tema y no podría evitar que lo absorbiera de nuevo.
De manera que renunció cinco meses después de regresar, sin haber encontrado aún otro empleo. “Me retiré para buscarlo”, dice. Pronto apareció la oportunidad de trabajar en una empresa como asistente de personal, haciendo cosas que según recuerda, no se había imaginado que iba a ejercer desde el punto de vista personal y profesional. En esa nueva empresa, que fabricaba pegantes, recubrimientos de caucho y balones de una marca muy reconocida, Jesús se quedaría nueve años y llegaría a ser el Gerente Administrativo, Financiero y de Gestión Humana. Se convirtió con su esfuerzo, compromiso y muestras de lealtad, en la persona de confianza de los dueños, pues él era quien se quedaba encargado cuando ellos debían salir de viaje.
Desde el principio se preguntó qué era lo que estaba haciendo allá. Y esa pregunta empezó a tener respuestas, no de inmediato, sino con el paso del tiempo, cuando se dio cuenta que más allá de la selección, el rol más importante que él jugaba en la empresa era ser el escucha, el confidente de los trabajadores, lo cual le granjeó la confianza de la gran mayoría de ellos.
Su estilo exigente, pero al mismo tiempo cordial y amistoso, le permitió apoyar en gran medida el proceso de calidad total que la compañía había decidido implementar, pues querían construir una empresa que además de todas las características de eficiencia, tuviera un marcado sentido humano. Ahí fue cuando Jesús empezó a sentir “Ya sé para qué estoy aquí, ya entendí qué es lo que la vida me trajo a hacer a esta empresa”.
El proceso fue muy enriquecedor, formaron un excelente equipo para desarrollar el tema y entre otros logros, rediseñaron los procesos para que los empleados no estuvieran expuestos a los insumos más tóxicos o dañinos, así como al exceso de calor en las prensas. Otro proyecto con el que “abonaron” la consecución de altos estándares de calidad, fue la alfabetización de los obreros de la planta, pues resultaba contradictorio tener muchos procesos detallados si quienes debían ejecutarlos no sabían leer y escribir de forma adecuada. Y al frente de todo esto, siempre estaba Jesús, pensando en que el sitio de trabajo fuera un lugar amable no sólo en términos de la relación entre el personal, sino que generara un impacto mínimo en la salud de los empleados. El éxito de estos programas fue tal, que la compañía fue reconocida con varios premios a la calidad y a la implementación del balance social.
Durante este mismo lapso se casó. Había conocido a su esposa, una odontóloga, en la época del trabajo en el colegio, cuando ella estaba haciendo sus prácticas en la misma institución. Muy pronto la docencia se volvió a atravesar en su vida, y comenzó a dictar clases de nuevo, en varias universidades, entre ellas la que trabaja ahora, la Universidad de los Andes, donde estudió una Especialización en Administración de empresas con énfasis en recursos humanos y una Maestría en Dirección Universitaria.
Sobre la experiencia en esta empresa, Jesús concluye que aprendió muchas cosas fundamentales: “Entendí el valor de la empresa como espacio propicio para el desarrollo de las personas. Por otro lado aprendí el valor de la persona desde una perspectiva distinta a la que había aprendido en la psicología, desarrollé una conciencia social muy marcada, que era favorecida por mis experiencias de la infancia y adolescencia. Además afiancé mi opinión acerca de la importancia que tiene la relación con los empleados para conseguir los propósitos de la empresa y de la relevancia de hacerlos sentir legítimos y cómodos”.
También, dice, entendió el valor del dinero en la vida del ser humano. “Es un medio útil que si bien tiene un papel importante desde la perspectiva del consumo, no es un fin en sí mismo. Es importante guardar algunos “reales” no para perder la confianza en el futuro, sino para mantener la seguridad en el presente”, afirma. Cuenta que entendió que el poder es una coyuntura y no un hecho permanente, por lo cual debía tratarlo de igual forma, como una circunstancia. “Entonces, en lugar de que el cargo se apropie de mí, debo ser yo quien me apropie del cargo, ocupándome más de comprender y escuchar, que sólo de dirigir”, afirma.
¿Y todo eso lo aprendiste en la empresa? Pregunté yo, asombrada. Esperaba que me contara que había algún mentor, algún sabio que le había ayudado a sacar tales conclusiones. Y sí, lo había, pero de una forma diferente. Su abuelo le había dicho “Mijo, si usted tiene alguna duda fundamental, vaya a los clásicos”. Entonces sus maestros y mentores habían sido, Platón, Aristóteles, Sócrates… Acudía a ellos todo el tiempo, se dejaba guiar por esa sabiduría a la que no le pasan los años, y de esa manera, no sólo salía airoso de los retos de la compañía, sino que sabía extraer de cada experiencia el mejor provecho.
Después de esta enriquecedora vivencia laboral, Jesús decidió cambiar de trabajo y se fue a una Organización empresarial muy importante en el país. La razón primordial para hacerlo fue que sentía que debía romper el cordón umbilical con la primera empresa, o se convertiría en “un activo fijo” y la segunda, que los proyectos que le ofrecieron en su nuevo empleo desde el primer momento le encantaron. Aunque lo más fácil habría sido quedarse para siempre en la compañía de pegantes y cauchos, porque allí era apreciado y reconocido, él tenía la inquietud de examinar un enfoque distinto, de acercarse a la realidad de otra empresa.
En la Organización empresarial se quedó un año, donde tuvo oportunidad de reencontrarse con su vida espiritual, pues allí los procesos de gestión humana estaban signados por un desarrollo personal muy fuerte. Eso le llevó a leer de nuevo a Anthony de Mello, a Krishnamurti y otros maestros orientales, y poco a poco, se fue aclarando su intención de dedicarse de lleno a la docencia, la consultoría y a ser independiente, pues sentía que quería seguirse dedicando a las empresas, pero desde otra perspectiva. “En lugar de estar sólo en una empresa, quería estar en muchas. Y la única manera de hacerlo era estando en una escuela de administración, que se dedicara a eso y haciendo consultoría”, asegura.
Y se lanzó al agua. De nuevo, no tenía ya un empleo o contratos definidos cuando decidió emprender esta aventura. Soltó la liana sin tener otra preparada. Recuerda que le fue a contar a su esposa, Gilma, y le causó un susto mayúsculo con la noticia.
—Vengo a contarte que renuncié a la Organización— dijo Jesús
—¿Y qué pasó?— contestó Gilma, pensando que había ocurrido algún evento desagradable.
—Nada.
—Y ¿Qué vamos a hacer?
—No sé.
—Pero, ¿Qué vas a hacer?
—Trabajar, me imagino.
—Pero, ¿Estás loco?
—Sí, pero…¡se siente tan rico!
Lo que más le emocionaba de la decisión era empezar a construir su vida como consultor. Él ya venía cavilando la idea, imaginando la forma de hacerlo, pero era necesario ese paso del retiro para avanzar definitivamente hacia su propósito. A la fecha de esta entrevista, han pasado 15 años desde que tomó esa decisión y ha asesorado 142 empresas, nacionales e internacionales. Como si fuera poco, ha ejercido la docencia de forma paralela en pregrado y postgrado. Incluso estuvo tres años dirigiendo la Especialización en Administración de la Universidad. ¿A qué hora ha hecho todo esto? Ni él mismo sabe.
“Hoy en día no me interesa el cargo que pueda ocupar aquí o allá, ese tema no me genera ningún tipo de angustia”, me dice a propósito de los n tipos de contrato con diferente título que ha tenido con las universidades, “Y tampoco me genera ansiedad si es aquí o en otra parte. Por supuesto, estoy aquí y quiero mucho esta universidad, pero si por alguna razón mañana no, si la cosa no es en este sitio, ¡está bien! Si no es acá, será en otro lugar, en verdad no importa. Yo he aprendido en la vida que lo más importante es lo que está sucediendo aquí y ahora, lo demás es lo de menos”.
¿De aquí a los dos próximos años, tienes planes?, pregunté yo, a lo cual Jesús contestó: “Digamos que más que planes, me gustaría que. Ahora, si no sucede así, no importa, no pasa nada. Me gustaría conocer a mis nietos (Sus hijos tienen 15 y 13 años), me gustaría tener una cátedra de forma permanente en una universidad, que pueda ir construyendo todo el tiempo, haciéndola evolucionar. Me gustaría que los estudiantes del programa de Alta Dirección en Gestión y Liderazgo Estratégico, que él creó hace diez años en compañía de algunos de sus colegas, multipliquen a la n potencia lo que han aprendido con nosotros. Me gustaría vivir en una casita de un sólo piso, en un área rural, puede ser en Anapoima, y dedicarme a partir de mis cincuenta años, que los cumplo el próximo año, a escribir libros de desarrollo humano, enfocados a la vida empresarial. ¡Ah! y me gustaría que mi esposa me siga rascando la espalda, que nos sigamos acompañando mutuamente”.
Como me sorprendía tanto que él hubiese sido capaz de soltar un trabajo sin tener el otro listo, le pregunté cuál era el secreto para afrontar ese tipo de decisiones de la mejor forma. “Yo creo que los principales enemigos del desarrollo humano son dos: El apego y el miedo. En la medida en que logres desapegarte y perder el miedo, lo cual en principio genera una sensación como jarta, vas a llegar al otro lado, y cuando estés allí, te vas a preguntar cómo fue que dejaste pasar tanto tiempo sin tomar la decisión”.
Para finalizar, me dijo que “Es necesario enfrentar los miedos que tenemos, y enfrentarlos de verdad. Hay que tener la capacidad y la voluntad para desapegarse de lo seguro”. Jesús no sabía exactamente qué tipo de oportunidad iba a aparecer cada vez que soltaba “la liana”, pero a cambio, tenía siempre una idea y el firme propósito de vivirla a continuación. De alguna manera, su mente y el universo se encargaban de ponerle esas opciones que buscaba en el presente, y él se ocupaba de aprovecharlas al máximo, sin gastar energía en el temor de no ser capaz o de fracasar. Y aún hoy lo hace.